Érase que se era un pequeño gorrioncito que estaba aprendiendo a volar.
Él no estaba seguro de sus fuerzas, pero su madre insistía en que debía aprender a volar. Llevaba así varios días, sin querer saltar del nido, hasta que un buen (o mal) día su madre decidió que ya estaba bien y lo empujó, con tan mala suerte de que le fallaron las fuerzas debido al calor que hacía y tuvo que aterrizar en la acera de una calle de un pequeño pueblo.
Estando en la acera bajo un sol andaluz y pasando mucho calor, vió que la puerta de una casa estaba abierta… «Umm!, se debe estar más fresquito ahí, a la sombra.», y se decidió a entrar.
Una vez dentro se dió cuenta de que efectivamente se estaba mucho más fresquito y a gustito… hasta que… llegaron unos humanos y lo vieron!!.
Nuestro pequeño gorrión estaba muy asustado… Los humanos!!, esos animales tan malos a los que tan poco les importa la naturaleza y el resto de animales, y de los que tantas veces su madre le había advertido… Estaban ahí, justo encima de él. Intentó huir, pero el miedo y el cansancio podían con él.
Pero esos humanos, por suerte para él, iban en son de paz… Se apiadaron y le pusieron un cacharrito con agua y unas migas de pan en un rinconcito (donde se refugió nuestro protagonista) para que recobrase fuerzas. Luego lo dejaron solo para que no sintiese miedo.
Al cabo de un par de horas alguno de esos humanos volvió, pero no encontró a nuestro pequeño gorrión… Y todavía, pasado este tiempo, se sigue sin saber el paradero de nuestro querido protagonista… ¿consiguió volar y volver con su madre?, ¿se lo comió un gato de los que suelen merodear por el patio de esa casa?… Eso nadie lo sabe, sólo él… nuestro pequeño y sin embargo gran amigo, el gorrión volantón…